Manos. Juntas, que rezan. Que elevan plegarias. A Dios. A Don Herminio. A René. Al tío que insistió para que el nene fuera quemero y ahora sufre desde la nube que sobrevuela la garganta que da a la calle Alsina. Abrazado, quizás, al abuelo y a su Spica con funda de cuero.
Manos. Juntas, que atajan. Que ungen a un héroe. Hernán Ismael Galíndez. Así, con H. Como Héctor Roganti. Como el escudo que lleva sobre la tetilla de ese buzo flúo. Para que salte el ramillete reunido en el círculo central, como si se tratara de un disyuntor que ya no es capaz de aguantar tanta tensión nerviosa y ¡zácate! Pero este no corta nada: ilumina, genera sueños.
Una ambición onírica que se intentará corporizar en Santiago. ¿Frente a quién? ¿Platense? ¿San Lorenzo, en la final de las finales del clásico de barrio más grande del mundo? Lo decidirá la tardecita del domingo. El sábado está hecho para disfrutar.
Y ahí están las manos, también para aplaudir. Parque Patricios bate palmas por el equipo finalista de Frank Darío Kudelka. Que luce por su pragmatismo inteligente. Por la capacidad que tiene para exprimir sus fortalezas y maquillar sus debilidades. Que tiene las agallas cuya analogía se escribe con H para plantarse en el Gigante de Arroyito o en el Ricardo Bochini, y compactarse hasta volverse impermeable. Impenetrable para un Independiente que intentó a través de todas sus vías pero que no halló con comodidad el remate.
Maduro, mucho más que en ese 2024 en el que asomó como potencial candidato silencioso, Huracán demostró que es completamente maleable. Que puede ser rocoso para blindarse y aprovechar a los disruptivos algo díscolos como Matko Miljevic para sacudir remates con alto contenido de veneno. O a poner a correr a Walter Mazzanti, atento en Avellaneda para capitalizar cada espacio dejado por Álvaro Angulo. O intentar posicionar a Ramírez frente al arquero de turno. Todo eso, con Leonardo Gil como vértice de la ramificación de neuronas que distribuyen órdenes. Equilibrista determinante, mucho más valioso que los dólares que ocasionalmente Huracán pagó por él cuando lo trajo de Colo Colo.
Un equipo que comprende sus limitaciones explota mejor sus virtudes. Ahí está el secreto de esta creación de Kudelka. Que, volviéndose hermético, obligó a Independiente a que la manija la tomara Kevin Lomónaco para apretar más arriba porque faltaban receptores. No se trataba de esperar a los penales, donde el azar compite mano a mano con el estudio y la práctica, sino de que se diera una clara. Y que entrara. Rodrigo Rey evitó que el plan saliera a la perfección cuando voló abajo para ensayar una antológica volada y evitar el gol de Pereyra.
El sufrimiento, a fin de cuentas, no terminó siendo optativo sino obligatorio. Tanto que Huracán pasó del match point al mata-mata porque falló el mejor de los suyos (Gil). Pero Galíndez, otro superhéroe que durante los 90, repitió su magia, frenó a Independiente e impulsó el deseo con sus manos.
Manos. Que se alzan. Que gritan. Que aplauden a Independiente, también: el Libertadores de América-Ricardo Enrique Bochini premió al equipo porque dominó, generó, buscó, intentó, lució. No alcanzó. Galíndez y Huracán le pusieron un freno
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